domingo, 14 de diciembre de 2014

El dulce de la vida



El dulce de la vida

—Las alegrías, las palanquetas, las semillassss…
En un segundo, atrapo la voz resuelta de doña Aurelia antes de que se pierda entre los sonidos del centro de la ciudad.
—¿A cómo las palanquetas? —pregunto—
—A cinco
Hoy, como cada semana, ha aparecido esta mujer por estas calles a ofrecer sus dulces y semillas.
—Una, nomás quiero una —le aclaro mientras me extiende un paquete—
Los trozos de cacahuate de la palanqueta, con su tueste azucarado y meloso, se desgranan en mi boca: son aromas con recados que llegan desde mi infancia. Cae la tarde y varias luces cintilan dentro de los comercios y en las aceras. Me pongo a pensar entonces que estos dulces están ligados a mi como ese envoltorio que se queda pegado al dulce que desenvuelves anticipando su gusto a miel: ¿pues no mi abuela, mi madre y mis tías se dedicaron hace años a fabricar camotes para que mi abuelo se fuese venderlos allá por Veracruz y dos amigos míos de la uni se dedicaron a eso un tiempo?

Comiendo mi palanqueta me animo a preguntarle a la doña:
—¿De dónde es usted seño?
—De Tepeaca —sus ojos cafés me observan de reojo y el chamaco que la acompaña me mira también sin decir nada.
Ahora se va ya doña Aurelia. La semana próxima estará por aquí, espero, y por un minuto me pondré a saborear el dulce que me ofrece. No será nada más que un momentito de agradable pasar de una tarde cualquiera de mi vida.

1 comentario:

  1. Agradable texto que me evocó el sabor y el crujir de ese dulce mientras uno lo tritura con los dientes.

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