La salazón
Gerardo Baez
Peralta
Fue en Tepango, y
no en Tepetzintla o Ahuacatlán. Fue aquí en Tepango aunque todos quisiéramos
que no hubiese sido aquí. Aquí sucedieron esos tristes eventos.
Para llegar aquí no hacen falta
mapas. No están en los mapas las veredas que llevan a Tepango. Está la
carretera eso sí, con sus tres metros de ancho y sus baches y sus costados a
cual más descuidados, por causa de la miseria o de la lluvia. Ni a cuál irle. Cuatro
kilómetros de terracería desde la cabecera municipal. De puro ordinario casi no
se llega aquí, sino que se pasa de largo.
Cuando vas como para Tepezintla, miras una desviación a la derecha. Se
parece a una vara recta ese camino y es como si a ese camino le saliera un
brazo de un costado. Ese brazo de terracería es el camino hacia aquí. Mirarás
la señalización y verás anotado el nombre: Tepango.
Como les iba diciendo: fue ya entrada la mañana pero no habían dado ni
siquiera las siete. Aquí en Tepango, a las siete de la mañana ya no duerme
nadie aunque tampoco se apura nadie. Todo está como comenzando y hasta el día
se distiende y se dispone.
Quien iba a decir que iba a ser Trino quien pasase por este mal trago. Tan
quitado de la pena estaba, faenando y sudando un poquito, que cuando lo picó el
alacrán primero terminó de pasar el machete por su trecho y luego se paró un
minuto. Sintió entonces un ardor y un vahído y se inclinó a mirarse el pie.
Luego parece que lo vio caminando al insecto aquel, como ladeando su cola. Por
eso pienso que sabía que era picadura de alacrán. También sabía él que pocos se
mueren de una picadura de alacrán, depende de qué tipo. Pero entonces, después
de un poco rato, se le hincho en su empeine y le salieron unas manchitas rojas.
Como dijo que sentía un asomo de asfixia y adormecimiento en la boca y como
comenzó a decir que se quería morir en su parcela, fue que pensaron en llevarlo
a un médico.
Por aquí dicen que a los hombres que
se mueren de eso se les nota un jadeo. Se quedan así como mirando a una región
lejana. A lo mejor está en sus ojos un lugar que conocieron, nomás que con
espejos en vez de lagos y tinajas en lugar de un río.
El caso es que Trino no se murió ay mismo, en Tepango, sino que todavía
llegó al hospital de Zacatlán. De una camioneta negra lo bajaron. Todavía
anduvo hasta el consultorio. Parecía un viejito de tanto que ya no podía
caminar y es que le dolía un montón la panza, sería por tanto café y tan
cargado que le hicieron tomar. Pero ni así.
Total que ninguno de nosotros vio ese alacrán por ningún lado. ¿Seguro
lo habrá picado una alimaña de esas? En este pueblo nadie se ha muerto de eso
en años y años. Sí es cierto que hay quien lo ha sufrido: por aquí abundan esas
sabandijas y no es raro encontrártelos dentro de un zapato, encima de una
colcha o metidos en un vaso. Pero de eso a que alguien se muera de ello, pos
nomás no.
Fue doña Lena la que primero nos puso a dudar: “¿Alguien vio a ese
condenado animalejo? ¿Alguno de ustedes lo mató o lo achicharró?”. “No pus no”
le dijimos. “Pero Trino dijo que había sido”. Luego Chano dijo que ni siquiera
Trino había dicho que fue un alacrán. Pero ninguno de nosotros pudo recordar si
de veras alguien había dicho lo del alacrán.
De tanto discutir que si fue un bicho tal nomás nos confundimos peor y
entonces ya nadie supo decir a ciencia cierta si había sido un alacrán o no. En
fin. El caso es que Trino se murió.
Y entonces fue que todo lo demás pasó. ¿Qué quieren que les diga? Yo
nomás cuento lo que fue y si me quieren creer ta bien. Si no. Pues no.
Ocurrió pues que después de Trino el siguiente en morirse fue Poncho.
Que si había sido una víbora. Que si era un mazacuate. Que cómo iba a ser un
mazacuate si esas no tienen veneno. Que había sido una nauyaca. Que si le dolía
tanto que prefirió morirse a aguantarse. El caso es que por aquí todo mundo
sabe que entre más te duele menos peligrosa es la mordedura. ¿Qué cómo fue que
se murió?
Pos estaba cenando fuerita de su casa cuando su mujer lo oyó decir puras
chingaderas de tanto que decía que le dolía. “¡Me picó! ¡Me picó!” decía una y
otra vez y su pie se le fue poniendo amarillo amarillo: “Es que la sangre huye,
huye de la ponzoña” decía doña Rita, mientras le ponía una ventosa, quesque
para sacarle el veneno. Todavía me parece que lo estoy viendo, con su camisa verde
empapada de puro sudor, su pantalón arremangado y su pie con un como ríiito de
sangre y como no se componía a él también, como a Trino, se lo llevaron a Zacatlán,
nomás que Chano ni siquiera llegó vivo allá. Me acuerdo que Don Refugio estuvo
diciendo que pa qué chingaos le fueron a poner un torniquete, que por eso y no
tanto por la mordedura fue que se murió.
Y pa qué les digo de Juancho. Ese se murió a los pocos días después de Trino.
De ese yo creo que lo mató el muchacho que lo atendió allá en Zacatlán. Es que
era un chamaco y ya lo habían puesto a atender a la gente según porque ya tenía
cuatro años estudiando pa doctor y a esos chamacos los ponen a atender estas
cosas.
Como a las nuevita de la mañana fue que le pasó lo que le pasó. La verdad esa
vez si estuve ese día allí de chismoso. Para qué lo voy a negar. Es que nunca
vía yo visto alguien con un machetazo y ay voy corriendo a babosear luego que
mi primo Julián llegó con el chisme: “¡Le dieron de machetazos a Juancho!”.
Pero nadie lo había macheteado. Lo que pasó fue que él solito se macheteo.
Bueno, no se macheteó, nomás se enterró el machete. Cuando llegué a su terreno
estaba sentado en la hierba y Doña Rita le agarraba la panza. Un tantito que lo
limpió y pude ver que no era para tanto: tenía como un fuetazo no tan grande,
pero dice doña Rita que aunque se veía
chiquita la cosa por fuera, por dentro de su panza tenía un corte profundo
que le llegó hasta el hígado. Qué raro fue eso. Dicen que Juancho alcanzó a
decir que se resbaló y se cayó de sopetón y quedó empalado. Pero nadie entendía
cómo se había clavado el machete. Todos decían que lo habían macheteado. Y pues
a ese ya ni lo quiso atender más Doña Rita. Lo santiguó y le dijo a su mujer
que se lo llevaran a Zaca.
La verdad no sé quién empezó con el chisme de que yo estaba ese día
cuando a Trino quesque lo picó un alacrán. ¿Pero cómo no iba a estar si mi apá
me dijo que le llevará el pinole que le había encargado? ¿Qué culpa tengo yo de
obedecer lo que me mandan? Y luego siguieron diciendo que también andaba yo por
ay cuando a Poncho lo picó la disque nauyaca. Pos claro que andaba yo ahí. ¿No
todos vamos a echar básquet en la noche a la cancha vieja? Bueno, no todos,
pero sí varios de nosotros. Si yo lo único que hice fue seguir a los demás que
llegaron allí porque los gritos de Poncho llegaban muy lejos. De lo de Juancho
ya dije que fui allí de mirón. De eso sí me arrepiento.
¡Pero qué sangrona es la gente cuando le da por serlo! Todos empezaron a
decir que el culpable de todo eso había sido yo. No que los haya matado sino
que les traje mal fario. Lo peor era que nadie me decía nada de frente. Todo se
lo chismorreaban a mis espaldas y aunque no te lo digan, uno se da cuenta: parecen
todos muinados cuando les hablas y nadien se te acerca. Te quedas solito nomás
llegar a cualquier lado. ¿No hasta los canijos escuincles de Don Tanacio me
apedrearon un día cuando me los encontré en su baldío?
Y hasta aquí puedo contarles, pa que sepan que por eso estoy aquí, con
mi pie todo madreado por el balazo que me pegué, así ya no van a poder decir
que soy ave de mal agüero, porque yo también me estoy sangrando y toda la cosa
¿ni modos que sea yo ave de mal agüero para mí mismo?
¡Cómo me duele el pinche pie!: me arde y se me entumece y el
entumecimiento es también un dolor. De esto no me voy a morir y creo que así se
acabarán los chismorreos contra mí.
Ya creo que viene mi mamá a asomarse para ver qué pasó. El tiro casi me
deja sordo. Cuando me pregunten les voy a decir que agarraba la escopeta cuando
de pronto oí un tiro. El colmo va ser que todos en el pueblo digan que lo hice
adrede. “¿Pero cómo lo iba yo a hacer adrede?” les voy a decir. “¿A poco Trino,
Poncho y Juancho se fregaron adrede?”.