El dulce de la
vida
—Las alegrías,
las palanquetas, las semillassss…
En un segundo,
atrapo la voz resuelta de doña Aurelia antes de que se pierda entre los sonidos
del centro de la ciudad.
—¿A cómo las
palanquetas? —pregunto—
—A cinco
Hoy, como cada
semana, ha aparecido esta mujer por estas calles a ofrecer sus dulces y
semillas.
—Una, nomás
quiero una —le aclaro mientras me extiende un paquete—
Los trozos de
cacahuate de la palanqueta, con su tueste azucarado y meloso, se desgranan en
mi boca: son aromas con recados que llegan desde mi infancia. Cae la tarde y varias
luces cintilan dentro de los comercios y en las aceras. Me pongo a pensar
entonces que estos dulces están ligados a mi como ese envoltorio que se queda
pegado al dulce que desenvuelves anticipando su gusto a miel: ¿pues no mi abuela,
mi madre y mis tías se dedicaron hace años a fabricar camotes para que mi abuelo
se fuese venderlos allá por Veracruz y dos amigos míos de la uni se dedicaron a
eso un tiempo?
Comiendo mi
palanqueta me animo a preguntarle a la doña:
—¿De dónde es
usted seño?
—De Tepeaca —sus
ojos cafés me observan de reojo y el chamaco que la acompaña me mira también
sin decir nada.
Ahora se va ya
doña Aurelia. La semana próxima estará por aquí, espero, y por un minuto me
pondré a saborear el dulce que me ofrece. No será nada más que un momentito de
agradable pasar de una tarde cualquiera de mi vida.
Agradable texto que me evocó el sabor y el crujir de ese dulce mientras uno lo tritura con los dientes.
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